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viernes, 5 de diciembre de 2008

En desplome el precio de pinos navideños

Por: Francisco De Luna

Poza Rica Ver.- Desde hace 11 años el precio de los pinos navideños se fue a la baja, en la década de los 90´s un arbolito se cotizaba hasta en mil pesos de acuerdo al tamaño y calidad, y en estas fechas, uno de cuatro metros apenas alcanza los 300 pesos. La caída del precio se debió a la competencia de siembra y sobrepoblación del producto, expresaron productores poblanos.

De acuerdo a José Cruz Cruz, del municipio de Tenango de las Flores, Puebla, quien desde su infancia se dedica a la siembra de pinos y ahora productor, explicó que se desplomó el precio de los árboles, y aunque ha repuntado el costo, no alcanza a cotizarse como en los años 90´s.

Aunado a precios, bajos, también resienten las plagas como el gusano trozador, grillos y la gallina ciega, esta última la que causa mayores afectaciones, son algunas de las que dañan a los cultivos y por lo tanto merman la producción.

Los pinos que se comercializan en la ciudad de Poza Rica, en su mayoría provienen de Huahuchinango Puebla, lugar donde hay sembradíos desde dos hectáreas hasta grandes extensiones de tierra, lo que origina una competencia reñida entre productores, lo que ha originado que varios se vean en la necesidad de reducir los precios.

Cornelio Franco, también productor de pinos, expresó que a pesar de los cerca de 15 años que se necesitan para el cuidado de los sembradíos y el tratamiento y la espera del crecimiento de los árboles, no representa ganancias favorables, “antes sí era negocio por que lo vendías a buen precio y ahora no, por que hay mucho pino”.

Explicó Cornelio Franco, que si se incrementa el precio de los arbolitos las personas no los adquieren, y se convierte en otro factor que los puede llevar a la quiebra, aunque recalcó que es una actividad de costumbre y herencia familiar, por ello no se abandona la labor.

Prevén que el próximo año mejore el precio del producto, pues desde hace cinco años varios abandonaron la actividad “pero si ven que esto se pone mejor, muchos vuelven a sembrar y eso ocasionará que caiga de nuevo el precio”, auguró Franco.

La mayor competencia la resienten con la introducción de los pinos canadienses, que se comercializan en los centros comerciales, lo que golpea aún más a los que la cosechan en la sierra poblana, y que surten de por los menos con dos mil pinos tan solo para Poza Rica.

La mendicidad en Poza Rica, escenas de pobreza o explotación

Por Francisco De Luna

Poza Rica, Ver.- Estos días se exhiben con la más hiriente crudeza, los extremos del dispendio y la mendicidad. Innumerables grupos de familias se acomodan en banquetas, afuera de los mercados, de tiendas, lo mismo en la puerta de bancos o cajeros automáticos. En su mayoría son mujeres que entre sus brazos cargan a sus pequeños hijos, los hay ancianos o jóvenes que piden la limosna, algunos cargan el acordeón del cual salen melodiosas notas musicales.

Esta semana incrementó la llegada de pordioseros, opinan quienes a diario transitan por las concurridas banquetas, que además, consideran que se trata, más que de una situación de pobreza, de una explotación económica de “bandas” que pudieran controlar a esas personas que en condiciones extremas se establecen en las frías y húmedas calles de la ciudad petrolera.

Tan sólo basta recorrer alrededor del mercado Poza Rica, para observar a una señora que amanta a su bebé, metros más adelante a jóvenes de aspecto humilde y zapatos rotos, sostienen un acordeón mientras que otro acerca el trasto para que le depositen unas cuantas monedas. Lo mismo se observa a los ancianos quienes saben que llegar a viejo es un drama, peor aún en la pobreza.

Tristes y conmovedoras las historias que cuentan quienes mendigan la caridad de una sociedad que los margina, no falta quien exprese que su familia los abandonó, otros cuentan que huyen de sus rancherías en busca de dinero pero expuestos a la vida citadina que no los toma en cuenta, respondió, Juana Vázquez, quien al mismo tiempo prefirió enmudecer.

Los niños de la calle sonríen con pequeños gestos, muchas veces estiran el brazo para que les depositen en el trasto unas monedas; a veces lloran, sus rostros pálidos y sucios, muestran la vida que los envuelve

Dos pequeños hermanos, que no quisieron revelar sus nombres, por temor o pena, sólo dijeron que el mayor tiene 11 años, toca el acordeón, instrumento musical que al paso de la gente dejaba escapar unas notas de la canción de los Tigres del Norte “En la puerta de la iglesia llora un niño…” pero en el caso de ellos, son las banquetas ante la mirada de cuanto ciudadano pasara por la calle Heriberto Kehoe Vincent de la colonia Obrera; lucían tristes aunque disfrazaban la tristeza y el llanto con una sonrisa mientras el más pequeño de ocho años decía: “coopere para la música…”.Han roto todo vínculo familiar y afectivo, han convertido a la calle en su modo y lugar de vida, con gestos que apenas se distinguen agradecen la presencia ante tanta soledad, pues saben que sobreviven entre la indiferencia.Ellos dos abandonaron su humilde hogar de un lugar de la sierra totonaca, expulsados de aquellas latitudes por la pobreza y la destrucción familiar misma que fue provocada por el alcoholismo del padre.

Siempre temerosos a la plática, a la grabadora reportera que miraban y esquivaban, “es que siempre hemos tenido miedo, no amigo, mejor no hablemos” decían mientras se retiraban y buscaban con sus manos la caridad de la sociedad que los margina.Demostraban a cada instante la falta de afecto ya sea por vivir aislados de padres y familiares o por que la calle “los ha convertido en rudos”, pero sensibles a la vez para soportar la pesadez de los problemas familiares que los han hecho escapar de casa, y que hoy, mañana y los días venideros, dormirán donde la noche los atrape, y comerán donde la comida sea más barata, por que apenas tenían 13 pesos para los dos.“…en una choza una mujer se está muriendo, ella es la madre de aquel niño que lloraba...” Continuaba la melodía al mismo tiempo que la voz quebraba como añorando el seno familiar, sin que nadie más que la grabadora reportera captara el llanto del niño de 11 años, sentado y en la banqueta con su acordeón entonara la canción que le trae recuerdos y quizá compara con su vida. Y finalizaba, “Dios te bendiga y perdone padre ingrato, siguió llorando con el alma hecha pedazos”.

El resto de personas, que son un promedio de 30 en el primer cuadro de la ciudad, dicen no tener nombre y apellido, por esa razón callan y esquivan a la cámara fotográfica, mientras cubren con rebozos sucios a sus pequeños hijos que visten ropas remendadas que acusan una y otra vez la condición de pobreza en la que están inmersos.

No falta quien diga que esas personas que gustan mendigar, aún están en la edad de trabajar, además de tener las condiciones físicas que les pueden permitir desarrollar y no exponer a su familia.

Bajan de la sierra totonaca, de la huasteca; del estado de Hidalgo, Puebla y San Luís Potosí, pero al caer la noche, se dispersan sin que se conozca el paradero real o por lo menos en que sitio pasan la noche.

La escena que impera en las calles con esos grupos de familias, es que comen en las banquetas, el plato y vaso están colocados en el suelo, los niños descalzos o con huaraches desgastados, se sientan en el piso mientras con la mano sucia llevan el bocado de tortilla y chicharrones resecos para saciar el hambre.

La tarde es fresca y la llovizna es fría, el más bebé, ---Iván--- se muerde las uñas y sonríe con rostro pálido y sucio, en la mejilla aún tiene marcada la lágrima que escurrió, mientras pedía una galleta que se exhibe en el aparador de la farmacia el Fénix y que muy atento observaba a través del cristal.